domingo, 25 de marzo de 2012

Nunca se sabe

En todos y cada uno de mis conciertos he intentado hacerlo lo mejor que sabía. Es una cuestión de principios. Y creo que jamás he pensado en acomodar el programa en función del nivel del público esperado. Esta actitud, convencida, me ha evitado algunas situaciones incómodas o, al menos, comprometidas.
Cuando voy como espectador a un recital espero del intérprete su entrega y su respeto, tanto para los que hemos pagado nuestra entrada como para las obras ejecutadas. No podría exigir esto si no lo me lo exigiese a mí mismo. Algunas decepciones he tenido al contemplar cómo figuras de renombre se limitaban a salir del paso con programas de circunstancia, interpretados con una desgana visible. Sería más honesto limitar el número de actuaciones, seleccionar los autores o tomarse una temporada sabática. Pero no, el mercado y el dinero mandan, no vayan a relegarnos a la segunda división.
Es verdad que tengo un problema: no sé tocar sin creérmelo, sin convicción o sin ganas. En ocasiones notas que tu concierto va a sonar a chino, o que daría igual tocar de atrás hacia delante porque nadie se va a enterar. Pero ahí es donde entra el respeto, primero a ti mismo, y después, da igual el orden, al público y a los compositores. Justo el respeto a la obra es lo que va a permitirnos transmitir, conectar. Estamos ahí, en el escenario, gracias a las creaciones de otros ya que somos, nada más y nada menos, intérpretes.
Hoy quiero referirme a esas veces en las que, aparentemente, nada puede perturbar tu tranquilidad. Estás esperando a que te avisen para comenzar cuando unos nudillos marcan rítmicamente en la puerta la célula inicial de la Quinta de Beethoven. Abres con una sonrisa ante la esperada visita del anfitrión, quien llega acompañado. La cortesía más elemental aconseja la adecuada presentación: Alberto, éste es fulanito de tal, concertino de la London Symphony Orchestra (un buen directo a la boca del estómago), que pasa unos días de vacaciones en nuestro pueblo; Alberto (otro día), aquí el primer clarinete de la Filarmónica de Berlín, que se acaba de jubilar y vive aquí (ahora es un crochet en toda la cara); Alberto, vas a tener un público muy entendido pues hemos invitado a los músicos de la orquesta de Friburgo que toca mañana en el festival (jab de izquierda que no logras esquivar); Alberto, mira qué sorpresa, Esteban Sánchez ha venido a escucharte y te quiere saludar (éste es el que te tumba, un uppercut bien colocado en la barbilla, como en las películas de Garci).
No me he inventado nada y ésta es sólo una pequeña muestra. ¿Os imagináis que el estudio estuviera basado en la localidad de destino? En el pueblo más perdido hay un músico descansando o residiendo. ¿Significa esto que hay que prepararse por si acaso? Creo que lo he dejado claro en la introducción: el respeto al concierto no deja dudas. Hay que ir preparado siempre, con un buen programa y con ganas, independientemente de quien asista. Será la única manera de que la música, lo único que de verdad importa, salga ganando. Y, de paso, nosotros mismos.
Por cierto, cuando asistamos a los recitales de los amigos, vamos a saludarlos mejor al final. Si lo hacemos al principio sólo lograremos darle alguno de los golpes de boxeo que he citado, y no queremos eso, ¿verdad? 

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