domingo, 27 de mayo de 2012

Menuda responsabilidad

Desde que empecé a escribir este blog no he dejado de recibir comentarios y correos en los que he podido comprobar que a todos nos ocurre prácticamente lo mismo. Tenemos las mismas experiencias, las mismas carencias, los mismos anhelos, los mismos miedos, las mismas alegrías... En algunos me preguntaban si era posible asistir a las conferencias, charlas, master class, cursos, o como se quiera llamar, que yo impartía en torno al concertismo. Pero es que yo no hacía nada de eso.
Y como las semillas, cuando caen en terreno fértil, suelen germinar (aunque vengan envasadas y transportadas por un grácil gorrioncillo), éste brote fue creciendo y creciendo hasta llegar a hacerse realidad. El pasado miércoles inauguré una nueva faceta ni siquiera imaginada meses atrás: ofrecí mi primer encuentro con estudiantes y profesores en el Conservatorio Profesional de Jerez de la Frontera.
Nervioso no se puede decir que estuviera ya que el tema no he tenido que estudiarlo sino que lo he vivido. Pero sí sentía responsabilidad, un gran peso. Llevaba un buen guión para desarrollar, no quería dejar asuntos importantes sin tocar, y, aunque parecía que tenía tiempo de sobra, las cuatro horas que pasé charlando se me fueron volando y aún tuve que resumir algunos apartados.
Tenía que hablar de tantas cosas que en catorce años de conservatorio ni siquiera se comentan. Al finalizar los estudios salimos como toros al ruedo, fuertes, valientes, imparables y salvajes, y resulta que no sabemos hacia dónde mirar. Y, al igual que un Miura o un Victorino, en cuanto vemos un pañuelito rojo allá que vamos. Y eso no puede ser. Catorce años son muchos, y más si prolongamos nuestra formación, para mirar hacia un horizonte desconocido que en la mayoría de los casos pierde el nombre por encontrarse a escasos dos metros de nuestras narices, y adiós a las ilusiones y a los sueños. ¿Por qué nos han metido tanto miedo en el cuerpo? ¿Por qué no nos han quitado, quienes podían, esa losa que nos aprisiona?
Conforme evolucionaba la tarde seguían llegando nuevos oyentes que permanecían como atados a la butaca del salón de actos. El temor de un conferenciante es aburrir a las ovejas, más si andamos entre pastores. Éramos colegas, unos con más edad y otros más jóvenes, pero colegas. Nos unía la misma pasión por la música, y no digo el piano pues la 'cosa' se abrió a todos los instrumentos. Al acabar la tarde el salón estaba hasta la bandera y yo sólo tenía ganas de contarles todo lo que sabía de primera mano, lo que se iban a encontrar al cabo de unos años, cómo tenían que mentalizarse, que prepararse, lo valiosos que eran cada uno de ellos individualmente, lo privilegiados que éramos por vivir rodeados de música, la oportunidad que todos merecían siempre sin importar su nivel, en quién debían confiar y de qué debían huir, cómo llamar a una puerta para que se abriera...
Para mí fue un tarde intensa. No era el edificio en el que empecé a estudiar, pues aquel no reunía las mínimas condiciones exigidas hoy para un centro público, pero era Jerez y detrás estaba el retrato de Joaquín Villatoro, casi mi primer profesor y quien me dirigió por primera vez a mis trece años el KV466 de Mozart. Delante, miembros del excelente claustro de profesores que habían sido compañeros y que siguen siendo muy buenos amigos, que sonreían ante los comentarios de anécdotas comunes. Y los estudiantes. Es cierto que de ellos es el futuro, pero es más cierto que debemos despejárselo, ponérselo fácil, ayudarles con nuestra experiencia, evitarles nuestras caídas... y animarles, decirles que se puede. Se trata de su vida, de toda su vida, no de la nuestra, y muchos de nosotros tenemos el poder de decantársela hacia la realización o hacia la frustración. ¡Menuda responsabilidad! 

Y, además, como dice Víctor Manuel, "aquí cabemos todos o no cabe ni Dios".

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