domingo, 21 de abril de 2013

¿Poco pero bueno?

Me dijeron, me enseñaron, que la carrera de concertista tenía muy pocos momentos satisfactorios pero que merecían tanta pena. Como en otras muchas cosas, ¡qué equivocados estaban!
Si enfocamos esta profesión como una suma de obstáculos, de metas inalcanzables, en la que siempre todo puede estar mejor, qué suerte tenemos de no vivir en los Estados Unidos donde resulta tan fácil conseguir un arma de fuego. Iban a tener que crear un plan de protección de pianistas al estilo de 'especie en peligro de extinción', como el lince ibérico.
Tengo una colección de cajas llenas de programas de concierto, recortes de prensa, críticas positivas, carteles coloridos, facturas de hoteles, planos de ciudades, billetes de tren y de avión..., que me hacen revivir muchas situaciones de inmensa alegría. Alegría por el éxito ante el público, por supuesto, pero mucho más por el resultado de un trabajo duro, por mi labor personal.
La satisfacción es algo que cada uno posee de manera individual y no tiene por qué coincidir con la de los demás. Eso no quiere decir que pongamos el listón por los suelos y, como decían en el colegio, por firmar el examen ya tienes un punto (por salir a un escenario ya se tiene el cinco, os lo aseguro). El problema suele venir cuando desde fuera nos quieren imponer este grado de placer, lo que se traduce, en la mayoría de las ocasiones, en aguarnos la fiesta.
Para enfrentarnos a un concierto hemos superado numerosas etapas, desde el estudio primero hasta la exposición pública. El hecho de salir victorioso es la norma, la rutina, independientemente a que hayamos podido tener una décima de segundo de duda, un leve roce imperceptible desde fuera o que el piano mereciera una digna jubilación. Un pianista no puede, ni debe, salir enfadado por una nimiedad. Somos injustos con nosotros mismos si no sabemos valorarnos objetivamente, incluso patéticos. ¿Hay algo más grotesco y ridículo que un auditorio en pie ovacionando a un pianista agriado?
Lo voy a repetir bien clarito: todo aquel que se sube a un escenario a dar un concierto tiene la obligación de disfrutar, de pasarlo bien, de sumar las sensaciones positivas y guardarlas, de recrearse en ellas cada día desde el orto al ocaso, de pensar que el siguiente será mejor sin menospreciar el presente sino animado por el júbilo del triunfo de uno mismo.
Si tenéis a alguien cerca que intenta poneros pegas, sacaros los defectos, quitaros la ilusión y amargaros la existencia, no lo dudéis, portazo en toda la cara y hasta nunca. Es vuestra vida, es vuestra existencia, es vuestro diario. Ya está bien de lágrimas, de sufrimiento, de pastillas, de psicólogos. Antes de que sea tarde.
No dejo de preguntarme por qué la música causa tanto daño a quienes la practican y a los que han sido incapaces de atreverse a practicarla. Y siempre me respondo lo mismo: quienes nos educaron lo hicieron muy mal, terriblemente mal. Con la excusa de la exigencia nos machacaron hasta el extremo sin pensar que para vivir hay que tener ilusión y optimismo. Somos una élite dentro de la sociedad y no tenemos derecho a no ser felices. Todos sabemos que hay que estudiar duro, que tocar el piano no es nada fácil, pero de ahí a sentirnos unos desdichados hay un abismo que roza la locura.
Así que, de 'poco pero bueno', nada de nada. Mucho y, por supuesto, cada día mejor.

2 comentarios:

  1. Malos tiempos para la lírica Alberto. Otra vez lo que dices vale para vosotros y para el resto. Y lo mejor de la entrada: Somos una élite dentro de la sociedad y no tenemos derecho a no ser felices, algo que muchos no han entendido.
    Besis

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    1. Pero hay que saberlo transmitir o enseñar y contagiar... ¡Casi ná!
      Un beso,
      Alberto.

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