domingo, 24 de marzo de 2013

Córdoba

Con doce años tuve la primera visión de la ciudad de Córdoba con el estómago encogido (no recuerdo si antes estuve la había visitado en plan turista). Y lo del estómago era porque tenía que examinarme por libre en su conservatorio ya que en Jerez no podía. Durante muchos años la sensación de llegar por la Nacional IV (actual A-4) era la misma, nerviosa. Un tribunal desconocido de 'gente mayor' debía juzgar si podría pasar de curso, tanto de piano como de solfeo y conjunto coral. Algo estupendo para un niño.
Pasado el tiempo comencé a dar conciertos con relativa frecuencia en el Palacio de Viana e incluso en el Conservatorio Superior, que siempre da más pellizco. Por supuesto, a la vez iba conociendo una ciudad preciosa, en lo externo y en lo interno. Y aunque no sé si tiene que ver, mis dos abuelas eran cordobesas, o sea que el 50% de la sangre que corre por mis venas es de la tierra que vio nacer al filósofo romano Séneca.
Esta semana he pasado tres días inmerso en un curso de piano, organizado por el departamento de piano del Conservatorio Profesional 'Músico Ziryab', que tenía como base todo lo que escribo en el blog. El primer día lo dediqué a la Máster Class en torno al concertismo y el resto a escuchar a un buen grupo de alumnos con esta perspectiva, la de ir un poco más allá que dar las notas. No sé si sabré transmitir por escrito las sensaciones que tengo, todas estupendas.
En primer lugar es de justicia agradecer a Luis Tomás, viejo amigo, la coordinación del encuentro, algo nada sencillo. Mª Paz Ramos (CyberPax) llenó de optimismo y energía todas las sesiones, además de alentar a todo el mundo desde su blog, que recoge cuantas novedades pianísticas pululan por el Universo. Y Juan Carlos Morales, the boss, no quitó ojo ni oreja a todo lo que allí sucedió, participando constantemente para hacer más fácil la comunicación. Aunque no era su obligación, prácticamente todos los profesores de piano estuvieron pendientes de que sus alumnos ofreciesen lo mejor de su repertorio con el mejor de los talantes. Eso de que venga un intruso a poner todo patas arriba no está escrito que haya que aguantarlo. Como mi intención era sana y noble desde el minuto uno, se entendió perfectamente que este curso no iba a ser 'otro curso más', sino un intento de abrir los ojos y la mente para que el estudio del piano sea más placentero y duradero de lo que viene siendo.
Así lo entendieron también los destinatarios, los alumnos, que no vieron en mí a un censor sino alguien a quien hacer preguntas de todo tipo y que quería mostrarles las muchas posibilidades que tienen de tocar estupendamente bien.
El ambiente fue muy relajado y sólo guardo sensaciones positivas. Creo que he recibido más de lo que he dado. Intento plantar semillas porque vengo de vuelta de algunas cosas, pero también a mí me han insuflado energía, juventud y ganas.
Por eso, desde aquí, gracias a todos, de verdad, con un hasta siempre.

martes, 19 de marzo de 2013

Control

¡Qué difícil es controlar! Controlar, ¿qué? Pues todo, pero en este caso, lógicamente, me voy a referir a controlar una actuación, un recital.
Lo habitual es que el programa que hemos seleccionado lo tengamos sobradamente preparado y vayamos confiados al encuentro con el público. La repetición del mismo en varios conciertos nos va a ir soltando y estaremos cada vez más cómodos (siempre y cuando todo vaya sobre ruedas, que es lo que estoy dando por hecho).
Siempre he oído a los actores que cuando tienen que llorar, o gritar, o susurrar, o exagerar vocalmente una frase, han de controlar para que hasta el último espectador de la última fila sea capaz de distinguir tales matices. Si realmente se pusieran a llorar (según el método Staniswhisky, que diría Concha Velasco), las palabras podrían atragantarse en la garganta y la nariz se llenaría peligrosamente de fluídos no deseados.
También he escuchado a grandes directores de orquesta comentar que deben sujetar la emoción en esos momentos en que es fácil volverse eufórico o vibrar con un intenso parcial de los violonchelos. Controlar y no dejarse llevar. ¿Es esto bueno para la transmisión musical? Como siempre, pienso que cada uno tiene su propia opinión según le vaya la fiesta.
Después está la teatralidad, esos gestos estudiados que hacen mella en el público para que digan del intérprete que es muy sentido, que cómo cantaba, que cómo la mano izquierda (en el aire) dirigía la melodía de la derecha. No sé si arriesgarme, pero nunca me han gustado los gestos exagerados e innecesarios a la hora de tocar el piano. Las manos donde deben, sobre las teclas, que todo lo demás es ficticio. He presenciado demasiados casos de caras excesivamente expresivas elevadas hacia el techo cuando a una 'redonda' le seguía otra, todo bien despacito, para en los pasajes arriesgados cambiar radicalmente a no perder de vista el teclado. Allá cada cual con su manera de tocar, pero yo soy bastante más sobrio gestualmente, desde que nací, lo que no quita para que salga música de mis dedos.
De todas formas, hay veces en las que se produce tal magia que un escalofrío puede recorrernos el espinazo y debemos decidir si entregarnos a su disfrute o seguir actuando cerebralmente. La opinión de los que saben va más por la segunda opción, y yo la comparto; sin embargo, es posible que podamos soportar un extra de sentimientos provocados en definitiva por nosotros mismos, que somos los intérpretes, y compaginar el control con ese éxtasis, con esa embriaguez que lleva a las actuaciones en directo a superar a las grabaciones de estudio. Si no fuese por esos momentos mágicos no sería necesario acudir a los teatros en búsqueda de ese algo más milagroso que los buenos intérpretes saben lograr en cada una de sus apariciones.
Sinceramente, creo que no deben estar reñidas las palabras control y entrega. Quizás lo que no me guste sea la exageración gestual que camufla, la mayoría de las veces, una interpretación de peor calidad e intenta confundir a oyentes menos expertos.

domingo, 17 de marzo de 2013

Un paraguas, por favor

En estas semanas he pasado por unas cuantas salas, tocando solo, a dúo con mi hija, o acompañándola a ella como solista. Hay meses en los que se acumula el trabajo y otros en los que hay más distancia de una actuación a otra. Suele ser difícil de controlar que la agenda esté al gusto de uno, por lo que lo mejor es adaptarse y organizarse, sobre todo en el estudio. Nada nuevo.
El recibimiento suele estar a cargo de uno de los organizadores, con quien ya hemos tenido las conversaciones previas en cuanto a las necesidades del concierto. Todo es amabilidad y buena disposición para solucionar esos pequeños ajustes de última hora. Además, está el técnico de sala, que se encarga de la iluminación, sonido si hiciera falta, telón, camerino... El contacto con estas personas siempre es cordial e incluso amistoso si son conocidos.
Pero ocurre que, como personas que son, puede que tengan un mal día o, simplemente, tengan que realizar su trabajo fuera de horario, o como horas extras que no van a ser remuneradas, o han tenido que cambiar el turno sí o sí. En fin, que al igual que todos nosotros, la vida cotidiana interfiere en el trabajo y no siempre somos capaces de llevarlo con la misma soltura.
Por mucho bagaje que tengamos nos suele acompañar una carga, más o menos pequeña, de tensión. Son muchos los factores que influyen y a veces ni siquiera son psicológicos sino tan simples como llevar tres o cuatro horas conduciendo. Cuando atravesamos el umbral del teatro vamos adelantándonos a lo que queremos encontrarnos dispuesto y eso ocasiona pequeños desajustes en el tiempo, lo que viene a ser una inmensa tontería si no tuviésemos la mente puesta en el concierto. La más mínima pega puede desembocar en más tensión.
Cuando se unen la desgana o la hosquedad del técnico con nuestras necesidades sin satisfacer podemos llegar a un forcejeo verbal que hay que evitar como sea. La diplomacia, la experiencia, la educación, una palabra amable o un gesto amistoso nos pueden salvar la situación. Realmente no sabemos nada de la vida de esa persona y, aunque no debería mezclarla con nuestro trabajo y el suyo, repito que somos humanos, todos.
Es el momento de tener las ideas claras y dar unas breves pero precisas instrucciones acerca de lo que necesitamos, haciendo valer nuestra voluntad sobre una visible chapuza. Si nos ven dubitativos, débiles o temerosos, es probable que pasen olímpicamente de nosotros. Una orden dada sin alterarse, con la mejor de las sonrisas, con conocimiento de causa y, por supuesto, con un por favor al final de la frase es la mejor solución a este par de minutos de desconcierto. Si nos expresamos con claridad esta persona reaccionará positivamente y dejará sus preocupaciones de lado para hacer lo que sabe.
Puede parecer algo muy simple, pero en los momentos previos a un concierto tenemos que huir de cualquier sofocón, que cuando un músico sale malhumorado al escenario se le nota desde el primer paso a la última nota. Y si un intérprete debe transmitir, por definición, este estado de ánimo también se cuela en las ondas y llega a las butacas, que es lo último que deseamos.
Al final, un buen apretón de manos, un gracias sincero y un hasta la próxima borrarán la imagen de una situación que ya ni siquiera sabemos si realmente se llegó a producir.

miércoles, 13 de marzo de 2013

De justicia

Por definición, todo lo que escribo va orientado a prevenir, en la medida de lo posible, los batacazos, los chascos, los traumas, los desengaños y demás regalitos a los que esta carrera nos tiene acostumbrados. Y siempre lo hago a favor del alumno ya que pienso que es el que merece toda la atención pues suyo es el futuro.
Hoy me gustaría dedicar la entrada a los profesores (algo que ya he hecho anteriormente un poco más crudamente), pero a los que viven la docencia como una vocación, a los que anteponen los intereses de los alumnos a los propios. 
Tengo un amigo que ha dedicado su vida a la cirugía en hospitales públicos y siempre me comentaba que dichos centros funcionaban gracias al esfuerzo del 25% de los profesionales. El resto, pura figuración. No sé si es exagerado comparar esta cifra con los conservatorios, pero cada uno puede hacer su propio cálculo. 
No es fácil ser profesor y menos toda la vida. Podría parecer que el docente no tiene otra vida, no tiene vida privada, y ha de estar de guardia veinticuatro horas a nuestro antojo. Y podría parecer que esta vida no tiene altibajos, siempre ha de ser uniforme en la atención que nos presta. Para esto da exactamente igual que las condiciones laborales sean favorables o no, que estén enfermos o no, que sus relaciones afectivas fluyan tranquilamente o como el tramo alto de un río caudaloso, que las horas de un largo invierno transcurran como en una celda de castigo oyendo notas falsas por la falta de estudio...
Obviamente, conozco a muchos profesores. He de reconocer que admiro a un buen puñado de ellos por una entrega a la que, realmente, el sistema no les obliga. Es gente que se prepara las clases, que motiva a los alumnos indistintamente a su capacidad, que los orienta musicalmente, que va por delante en un camino que ya recorrieron, que los presenta a concursos para estimularlos, que organiza cursos de perfeccionamiento seleccionando cuidadosamente al ponente, que el tiempo de clase lo dedica a trabajar, que inventan continuamente audiciones, encuentros, intercambios y conciertos para normalizar la práctica musical, que guían las lecturas de libros específicos, que aconsejan repertorio añadido, que les gusta la música, que aman el piano... Y mucho más. Los buenos profesores existen pero suelen ser más silenciosos, hacer una labor más callada. Nada sucede de la noche a la mañana y ellos lo saben, que es cuestión de años, de paciencia, de trabajo continuo.
De una manera camuflada, los conservatorios han ido modificando su funcionamiento para igualarse al resto de enseñanzas por mucho que se repetía que no era igual. Es verdad que hay aspectos que han mejorado, pero el afán igualitario de una burocracia ciega hacen añorar las cualidades de hace no tanto. Pues bien, a pesar de las nuevas dificultades horarias y de la pérdida de autonomía, hay docentes que se las ingenian para que la enseñanza no salga perjudicada, para que el alumno, el fin último de todo el tinglado, no salga perjudicado.
Continuarán los profesores que desanimen a cualquiera que pase por su aula (y sé de quién hablo), continuarán los que pasan el tiempo lectivo charlando o tomando café, continuarán los que tienen poco que enseñar, continuarán los que hacen realidad la mala fama de los funcionarios, continuarán los que tienen como única preocupación el cobro puntual de su nómina... Pero, afortunadamente, también continuarán aquellos que, a pesar de sus propias luchas internas, habrán entendido la importancia de su labor y la responsabilidad que tienen con unos jóvenes llenos de ilusión y ansiosos de conocimientos. A esos profesores quería dedicar hoy esta entrada, porque lo merecen, porque no se puede generalizar, porque es de justicia.

domingo, 10 de marzo de 2013

El Club de los Viernes

El miércoles pasado acompañé a Beatriz a la tertulia literaria que dirige, siendo el libro a tratar El club de los viernes, de Kate Jacobs. Como si nada, comenzó a analizar el contenido y a desmenuzar los papeles que desempeñan las ocho mujeres protagonistas: cuanto más la oigo más aprendo y no dejo de admirar su capacidad y su inteligencia.
La continuación de este libro (El club de los viernes se reúne de nuevo) estaba sobre la mesa y lo hojeaba de manera distraída, cuando me llamaron la atención unas introducciones a las distintas partes de la novela que, teniendo el tejido de la lana como nexo, parecían pensadas para este blog. Así que, paso a transcribirlas, que son muy interesantes:

PRINCIPIANTE
El mero hecho de tener delante un patrón no significa que sepas cómo confeccionarlo. Ve paso a paso: no te fijes en la gente cuyas habilidades estén por encima de tu alcance. Cuando eres nueva en alguna cosa -o hace tiempo que no la practicas- puede llegar a resultar extremadamente difícil hacerlo bien. Cada paso en falso se vive como un motivo para abandonar. Envidias a todo aquel que sabe lo que está haciendo. ¿Qué te hace seguir adelante? La convicción de que algún día tú también serás así: elegante; capaz; segura de ti misma; experimentada. Y puedes serlo. Lo único que te hace falta es entusiasmo. Un poco de decisión. Y sentido del humor, eso siempre.

FÁCIL
Se trata sólo de pillarle el truquillo a las cosas. Basta con no forzarlas; tómatelo con calma. Con el tiempo lo entenderás todo. Pero, de momento, sigue intentándolo. Presta atención y evita la tentación de avanzar más de lo que tu nivel te permita. Habla menos. Y escucha más.

INTERMEDIO
Estás mejorando -eres más aguda, ágil  y rápida-, y sin embargo, sabes lo justo para darte cuenta de lo mucho que te queda por aprender todavía. Ahora es cuando ya estás preparada para asumir riesgos. Para calcular hasta dónde quieres llegar.

EXPERTA
Ahora ya sabes lo suficiente como para no tener que limitarte a seguir el patrón de otra persona. O a repetir siempre el tuyo. Puedes romper el patrón. Mejorarlo. Perfeccionarlo. Cambiar el plan. Adaptar e improvisar. Hacer lo que a ti te resulte mejor. Ahora tus habilidades te llevarán dondequiera que desees ir.

Creo que todos hemos experimentado estas etapas, o las estamos pasando. Si nos inculcaran desde pequeños que todo es posible, que todo es más sencillo, que depende de nosotros...
¡Ea, a darle vueltas al tarro!

miércoles, 6 de marzo de 2013

En comuna

Cada vez que voy a Sevilla, inevitablemente paso por la calle Jesús del Gran Poder, en la que, en el número 49, estaba el conservatorio donde estudié. Eso hace que mi subconsciente no descanse y me traiga miles de recuerdos, quiera o no.
La mayoría de los estudiantes éramos de fuera, lo que nos obligaba a residir donde podíamos, dados los problemas que un piano ocasiona. Yo me las apañé en un Colegio Mayor donde mi instrumento rotaba por habitaciones aisladas en busca de la menor molestia a los demás residentes, que casi siempre estaban en clase excepto en época de exámenes que el estudio era continuo, noches incluidas.
El resto de mis compañeros estaba en habitaciones alquiladas o pisos compartidos. El caso es que había que hacer malabarismos horarios por los vecinos y eso era incómodo para nuestra entusiasta y febril actividad. No digo ya cuando alguno quería tocar, cual romántico del siglo XIX, por la noche a la luz de la luna: impensable.
Lo que tiene la edad, la inocencia y la ilusión: en esos momentos de café o cervecita, los foráneos soñábamos con un espacio musical único en el que todo estuviera al servicio de nuestras necesidades, y en los momentos de descanso, las charlas versaran sobre tal o cual obra o compositor. Un poco empachoso, lo sé, pero eso hacían los médicos de mi Colegio, o los biólogos o cualquiera que tuviese un compañero de Facultad.
La idea no era mala del todo: ya que había tantas habitaciones alquiladas por separado, ¿por qué no alquilar una casa entera en la calle Amor de Dios, por ejemplo, paralela y cercana al conservatorio, en la que cada uno tuviera su propio cuarto para aislarse, y numerosos espacios comunes para compartir el resto de actividades diarias y evitar la soledad inherente a nuestra profesión? ¿Imagináis las tertulias, las audiciones espontáneas, los pequeños conciertos privados, las veladas oyendo discos difíciles de conseguir, las comilonas a lo bestia, y otras cosas más propias de la edad y del intercambio de géneros, que todo hay que decirlo?
Cuando esa semilla se plantó estaba todo el mundo dispuesto y se hacían futuros planes, muy idealistas y poco prácticos. Realmente era factible, contando con las ganas y la buena voluntad, pero, ¿cómo sonarían seis o siete pianos a la vez en una casa sin aislamiento acústico, algo que ya resulta insoportable en los propios conservatorios?
Habría que contar también con las propias relaciones de amistad, que no era oro todo lo que relucía, con los pequeños (y grandes) celos, en fin, con la multitud de detalles que implican una convivencia.
Supongo que la solución hubiese sido no ir tan atrasados en la escala académica oficial y que el conservatorio hubiese sido parte de la Universidad, que existieran Colegios Mayores específicos para los músicos, plagados de cabinas de estudio y un buen salón de actos, en los que los músicos, no sólo los pianistas, habríamos encontrado un centro mucho más completo que la simple residencia, en la que forjar relaciones duraderas en lo personal y en lo artístico.
Como digo, la idea tenía su encanto pero no germinó. Tienen que darse demasiadas circunstancias favorables para que una cosa así se ponga en pie, pero... fue bonito mientras duró.

domingo, 3 de marzo de 2013

Imprevisto

Tenía la semana perfectamente planeada, mañanas, tardes y noches. Tres programas distintos, sin meternos en demasiados berenjenales, que no voy a alardear, pero cada uno con su cosa y, por supuesto, los dedos más que a punto.
Orgulloso de mí mismo por mi capacidad, un mensaje en el contestador automático vino a dar al traste con tanta división horaria y con tanta antelación de los hechos. Así es la vida. Un asunto familiar inesperado (bueno, esperado, pero no cuando a mí me venía fatal) se coló en la agenda como un elefante en una cacharrería, que dicen en Cádiz.
En primer lugar, a hacer kilómetros, como está mandado. Esa tarde, en la que ya tenían su lugar un repaso tranquilo, un breve descanso, un paseo para la espalda y una merienda atractiva, se convirtió en paisaje a través del parabrisas, a la ida, y contemplación de las estrellas entre las nubes, a la vuelta (sin dejar de mirar el asfalto, claro).
Los días siguientes, un estado de ansiedad creciente se iba apoderando de mí en una mezcla difícil de discernir: no sabía si se debía a la interrupción laboral o al problema causante de esta fractura, porque eso es lo que fue, una ruptura del modo de vida ordenado. Nunca pensamos cuando hacemos planes que algo se puede cruzar por el camino, ni tampoco sería sano vivir pensando que en cualquier momento algo va a suceder, trágico, por supuesto.
Así que no tuve más remedio que poner en marcha los mecanismos mentales que conozco pero que, aun así, cuesta que funcionen espontáneamente. Las tonterías sobraban, que lo importante era lo primero y tenía claro que era el asunto familiar (todos conocemos casos en los que el trabajo tiene prioridad absoluta). Me tenía que repetir que los programas estaban más que preparados, que los dedos, por un poco de falta de entrenamiento, no se iban a atrofiar, que las mañanas cunden mucho si estamos con todos los sentidos alertas, que cuando llega el momento damos mucho más de lo que creemos, que si llevo cuarenta y seis años tocando el piano no me voy a quedar en blanco...
Creo que estoy exagerando un poco (¿o no?). Tengo que estudiar, tengo que estudiar, tengo que estudiar... Pero, ¿el qué?, si ya me lo sé. ¿Por qué el piano nos tiene amarrados de esta manera? ¿Acaso un oficinista tiene un sólo pensamiento fuera del lugar de trabajo, y a veces ni eso? Si tenemos listo lo nuestro, porque para eso somos previsores, por qué cuando llega el imprevisto nos atacamos como si todo estuviera perdido.
Las veces en que me ha ocurrido algo similar no he podido quitarme de encima la mirada perpleja de Beatriz, con una sonrisa de 'pobrecito, cómo sufre; si supiera que no le va a pasar nada...'. Y es gracias a ella que he aprendido (el automático cuesta que salte libre de temores, pero va mejorando) que es así, que no pasa nada, que llegado el momento hay tiempo para todo, que es más una cuestión de exigencia interna y de intransigencia que de realidad, que es un problema de educación.
Y el remedio es único: hacer en cada momento lo que haya que hacer, dando prioridad a lo importante, a lo verdaderamente importante. Y el piano lo es y siempre va a estar ahí, pero hay cosas y personas que no son eternas y es mejor actuar con disponibilidad total. Nuestra conciencia y nuestro organismo lo agradecerán. Demostrado ante notario.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Quien tuvo... retuvo

Muchas veces recuerdo obras que estudié durante la carrera (o al margen de ella) y que, desde entonces, no he vuelto a tocar. Está claro que no fue una pérdida de tiempo pues todo sirve para avanzar y mejorar. En su día tuvieron un sentido pero, con las obligaciones de la profesión en lo que a programas se refiere, fueron quedando aparcadas a la espera de una ocasión adecuada. De hecho, aun habiendo servido para algún concierto, igualmente fueron cogiendo polvo.
Y de este pensamiento pasé a otro similar: cuántos de mis compañeros y otros conocidos hicieron una buena carrera en el conservatorio, con sus tremendos programas en el grado superior, para no volver jamás a poner en práctica tantas habilidades. No miento cuando afirmo que todos tenían cualidades excelentes y ya me he referido a que, debidamente encauzadas hacia el repertorio adecuado, en estos momentos habría muchos más pianistas en activo, casi tantos como profesores. ¿O es que hemos olvidado que los que se dedican a la enseñanza se pusieron durante muchos años el culo cuadrado por el estudio? ¿Y que bastantes (ya no me atrevo a decir todos) siguen organizando la jornada en función del estudio?
Me viene, como si de ayer mismo se tratara, la visión y la escucha de obras difíciles y complejas en manos de amigos especialmente dotados para tal o cual autor o periodo musical. Por ejemplo, había una compañera a quien pedirle tocar en clase era como pedirle tirarse de un avión sin paracaídas, para, una vez sentada ante el piano, elevarnos con su sonido único con las Partitas o las Suites Francesas de Bach. Otra parecía haber recibido a través del tiempo los dones de Mozart al que interpretaba sin el menor esfuerzo. Pasaría la tarde enumerando cualidades de todos y cada uno de los pianistas con los que me he topado. Y lo haría de corazón, como siempre hice. Nunca me ha costado reconocer los méritos de los demás ni mi admiración hacia ellos. ¿Por qué iba a ser así?
No sé cómo explicarlo. Siento como si un mecanismo interior fuera el causante de un bloqueo que impide que un magnífico estudiante pase a ser concertista. Y ya he hablado largo y tendido de la importancia que aquí tiene un profesor con visión y con entrega. Al igual que cuando una obra por mí olvidada vuelve a mis dedos como una hija pródiga y con pocas pasadas se coloca en su sitio, estoy convencido de que todos estos pianistas 'aparcados' por las circunstancias volverían sin problema alguno a colocarse en el nivel que un día lograron.
La cabeza es una gran desconocida y por eso peligrosa. Si dejamos que nos domine a su antojo y no a nuestra voluntad, estamos perdidos. En vez de ver posibilidades vemos dificultades; en vez de visualizar triunfos nos regodeamos en los tropiezos. Cuánta energía, cuánto tiempo, cuánta ilusión... Por eso, en ocasiones, vislumbro cierta tristeza, cierto cansancio, cierto desánimo en quienes deberían inculcar justo lo contrario. Y es muy simple: si recordaran lo que fueron capaces de hacer con alegría, con orgullo, la velada pátina que ensombrece ciertas aulas desaparecía inmediatamente. Si tan sólo pensaran en sí mismos con menos pesadumbre, la enseñanza podría revitalizarse contagiosamente de una vez por todas y para siempre.

domingo, 24 de febrero de 2013

Relatividad

No tengo la más mínima duda: el paso del tiempo convierte todo en relativo. Cambia la perspectiva y también puede cambiar nuestra actitud ante un mismo hecho. Por eso hablamos a menudo de cómo el fervor juvenil se va atenuando con la edad. De todo hay, también los que ni tienen energía siendo jóvenes y los que andan en busca del tiempo perdido, que nunca es tarde.
Cada vez que recojo una obra, o releo para pasar el rato, me vienen a la memoria todos y cada uno de los detalles del proceso de estudio y de la posterior puesta en escena, si llegué a tocarla en público (no todo lo que he estudiado ha acabado saliendo de mi coto privado). Y uno de los aspectos que más me hace sonreír, con una extraña mueca, es la velocidad, el tempo adecuado.
No sé si mi experiencia es común, pero seguro que hay algún tarado más por ahí suelto en busca de respuestas o de similitudes a las que agarrarse para no perderse. Ya 'todos sabemos' que el primer contacto con una obra debe ser inmaculado, sin influencias externas, sin audiciones deformantes... Sólo la partitura y una mente limpia. A continuación aclararé que, al contrario de lo que sucede en la justicia ordinaria, el conocimiento de la ley no impide que 'no' la cumplamos. Que dé un paso al frente el que disfrute sentándose en una mesa, lápiz en mano (negro o de dos colores, rojo y azul) y pueda pasar horas o días sin probar en el piano de qué va aquello.
A lo que voy: al principio, el tiempo con el que tocamos/leemos la obra en cuestión siempre nos parece lento, sobre todo en los pasajes más farragosos. Las partes más asequibles son asimiladas enseguida y omitidas en beneficio del machaqueo demoledor de saltos, acordes complejos, graves y agudos delatores, cadencias endiabladas, notas dobles, y toda esa cantidad de regalos envenenados que los compositores nos dejaron a los sufridos pianistas.
La paciencia con la que el santo Job nos bendice a diario nos lleva a 'coger con alfileres' la pieza que nos acapara. A partir de ahora, nos obcecamos en coger velocidad, cuanta más mejor. Casualmente nos ha llegado a las manos una versión de tal o cual pianista que reduce la duración de nuestro engendro a casi la mitad, porque él o ella (la nunca suficientemente admirada Martha Argerich, por ejemplo) sí pueden. Y ahí estamos nosotros, pobres diablos, entrando al trapo como pardillos.
Conforme vamos sustituyendo la bufanda por las camisetas, aquello que nos parecía una montaña se ha convertido en un valle. ¡Qué grandes somos! Ahora resulta que nadie sabe cómo tocar esta maravilla en condiciones, sólo nosotros. Si es que deberíamos estar por el mundo dando lecciones magistrales y llenando auditorios, a ver si se enteran.
Pero, ¿y la velocidad? ¿Cuál es? ¿Acaso ahora nos preocupa? Por obra y gracia del Creador nuestro cerebro y nuestros dedos están en posesión de la verdad absoluta y aquello fluye de la única manera posible. Hasta que un día, involuntariamente, nos escuchamos en una grabación en directo y percibimos una leve discrepancia entre lo que estamos oyendo y lo que creíamos haber hecho. Ya tenemos otra preocupación más que añadir al concierto, el control del tiempo. Sería el teclado, que era de mantequilla, serían los nervios, que todo lo distorsionan, sería el frío, que me dejó las manos agarrotadas... Excusas y más excusas.
Años después, al retomar, la visión ha tomado perspectiva. Ya no queremos impresionar a nadie con el más difícil todavía (aunque los hay que siguen empeñados). Sólo nos interesa la verdad, servir con honestidad al compositor y a su obra admirada, intentar situarnos en su época, en su circunstancia y, en última instancia, abandonarnos al más grande deleite en la interpretación, en la música pura. No hacía falta correr, era todo más sencillo, sólo hacía falta esperar el tiempo adecuado para que las turbulencias se aplacaran y las aguas recuperaran su transparencia. Ahora sí, ahora es sólo música... y de la buena.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Egoísta

De toda la vida... yo, mí, me, conmigo. Me resulta casi imposible tener la cabeza despejada por la avalancha de noticias y sucesos que cada día nos invaden, queramos o no. Lucho como un desesperado por no mezclar las vilezas que a diario cometen los de arriba con el contenido musical que quiero plasmar en cada entrada. Pero ocurre que si no levanto la mirada ni despliego los pabellones auditivos es muy probable que la vida ajena a mí me pase resbalando..., hasta que se estrelle de frente contra toda mi anatomía.
Cuando hablo del pianista como un ser solitario, me gustaría pensar que es tan sólo una parte de su vida, algo así como una soledad necesaria, un aislamiento imprescindible para producir. El tiempo que pasamos en soledad es el que nuestro cerebro y nuestras manos están concentrados en el estudio, o sea, trabajando. Pasado éste, no veo motivo alguno por el que no podamos ser sociables e incorporarnos a la vida cotidiana.
En muchas ocasiones sucede que estamos mejor aislados que en grupo pues nos llueven problemas que, pensamos, no nos afectan. ¡Qué más me da lo que le pase al otro! Es su problema o, como se decía sin parar en la mili, ¡que se busque la vida! O como dice otra frase muy caritativa, ¡que cada palo aguante su vela!
Cada día que pasa me sorprendo por el contraste tan acusado de comportamientos y opiniones. Pasamos de contemplar un acto solidario que nos salta las lágrimas a mirar de pasada una brutal agresión, en cualquiera de sus acepciones o modalidades, sin siquiera pestañear. ¿De verdad somos como queremos ser? ¿Somos como queríamos ser? Algo está pasando en nuestra sociedad que no controlamos aunque nos creamos a salvo.
En mi vida musical creo que he sido generoso con los que me han rodeado porque si algo no tengo es vanidad ni soy ególatra. Esto no me ha quitado ningún golpe, más bien al contrario, me los he llevado y bien grandes. Son los que duelen por inesperados, por inexplicables. No es normal, al menos así lo entiendo yo, que si le das la mano a alguien sea para que te tire al suelo. Siempre he querido entender los motivos para que las respuestas fuesen las contrarias a las esperadas. Y sólo me sale uno: el egoísmo.
La nueva generación que viene empujando, la que se considera la más solidaria, tiene la obligación moral de desterrar el egoísmo. Lo ha recibido todo. Ha tenido acceso a una formación excelente, ha podido viajar por el mundo cómodamente a precios asequibles, se relaciona entre sí con pasmosa facilidad, tiene y cree en valores superiores, y, aparentemente, tiene las ideas muy claras. Entonces, ¿por qué vuelve la tendencia del avestruz? ¿Por qué la cabeza que tanto costó mantener alta se introduce tan fácilmente bajo tierra? Estar permanentemente conectados no es suficiente si los mensajes no son claros y contundentes. Se pasa, con poco criterio, de la alabanza al insulto, de levantar un ídolo a defenestrarlo.
Sé que pensar duele, que decidir en conciencia y no a conveniencia es difícil, pero también sé que 'hoy por ti y mañana también' sin pedir nada a cambio nos hace mejores. El mundo se está desmoronando y parece que no va con nosotros, tan ocupados con el estudio. Más nos valdría a todos empezar a plantearnos en qué casa vamos a hacerlo, qué trabajo digno vamos a encontrar para desarrollarlo, quién va a marcarnos los objetivos y, lo que es peor, cuándo llegará el día en que nuestra vocación, nuestra profesión, la Cultura, será apartada de lo que se considere útil y productivo por las grandes multinacionales, por los mercados.
Ahora sí quiero ser egoísta para defender aquello a lo que he dedicado mi vida, igual que me gustaría que lo fuera todo aquel que crea en algo más allá del dinero y del poder. Aunque suene contradictorio, la suma de todos estos egoísmos sería la muestra más grande de solidaridad jamás contemplada, y, quizás, la única salida.

domingo, 17 de febrero de 2013

Gratis

Nunca me ha gustado hablar de dinero ya que no ha sido un motor en mi vida. Quería tocar el piano y punto. No obstante, me gustaría hacer una breve reflexión al respecto.
Durante más de treinta años, España ha vivido un vertiginoso desarrollo cultural, lo cual es digno de admiración. Hay que tener memoria y recordar de dónde veníamos y cómo estamos ahora. Un tejido que sustente todas las manifestaciones artísticas no se crea de la noche a la mañana y, en la mayoría de los casos, se ha logrado gracias al empecinamiento puntual de determinadas personas (por ejemplo, y para que se me entienda bien, la antigua Consejera de Cultura de la Junta de Andalucía, Carmen Calvo, se empeñó en construir modernos auditorios en los pueblos más insospechados, que luego no han sido capaces de rellenar con una programación estable). Desde mi punto de vista, bienvenidos sean. No es que hubiera mucho por hacer, es que estaba 'todo' por hacer.
No pienso perder un minuto en dilucidar si lo que se programa es de calidad o no, ya lo dije en mi anterior entrada: mejor que sobre que no que falte, que el tiempo pone a cada cual en su sitio. Pero por ahí tienen siempre una diana fácil todos los que creen que el dinero destinado a la Cultura es dinero desperdiciado. Personalizan en varias figuras mediáticas y a generalizar, que también es gratis.
Al grano, que me extiendo por otra ruta. Mis nunca bien ponderados ministros Wert y Montoro (Cultura y Hacienda) pasarán a la historia por cargarse de un plumazo la epidermis, la dermis y la hipodermis de un bien tan preciado como el cultural. Ni la unidad de quemados del Virgen del Rocío tiene tratamiento para esta salvajada.
Y, como a perro flaco todo se le vuelven pulgas, es el tiempo de los listos. Cuando estamos acabando la carrera y queremos empezar a dar conciertos, es normal que nos ofrezcan una plataforma pero sin ver un euro, y es normal que lo aceptemos porque queremos rodarnos y darnos a conocer (una especie de intercambio). Hasta aquí, de acuerdo, todos lo hemos hecho. Pero claro, llega un día en que queremos ser profesionales y queremos vivir de nuestro trabajo (¿os habéis enterado ya que tocar el piano es equiparable a trabajar?; lo digo porque a veces hasta los propios músicos no lo ven así). Ese gesto tan cotidiano como es entrar en una panadería, pedir una barra de pan y pagar su precio no ha llegado aún a nuestro terreno. Se hace pero no siempre y no está asumido plenamente.
Nos hemos acostumbrado a la 'entrada libre' porque siempre había una subvención que cubría los gastos, incluido el caché del artista. Y no estaba mal como manera de difusión y animar a la gente a acercarse a nuestra música. ¿Qué pasa ahora? Pues que nadie quiere pagar por oír un concierto. Y da igual que se pidan tres o cinco euros, o uno, en la taquilla. Ya no hay subvenciones, y lo veo estupendo, pero no de golpe. Las asociaciones pierden socios también de golpe pues hay que ajustarse el cinturón. ¿Qué inventan entonces los programadores? Muy fácil: legiones de jóvenes deseosos de darse a conocer son llamados a subirse a los escenarios para rellenar una programación que, adecuadamente vendida por estos políticos sin escrúpulos, parece sacada de Viena, Londres o París. Y aquí no está pasando nada. Mal momento para empezar a pedir una entrada cuando está faltando para cubrir necesidades básicas (siempre me olvido de que la cultura no es necesaria...).
Acabo de visualizar los años 80 cuando músicos del Este venían de gira en condiciones infrahumanas de la mano de empresarios ladrones. Un autobús se convertía en hogar temporal de una orquesta que recorría miles de kilómetros sin pisar un hotel, para ahorrar gastos, a cambio de comida y una mínima cantidad de dinero que en su país daba para un poco más. O también recuerdo cómo los flamencos actuaban una noche entera por unas botellas de vino, un plato de jamón y la propina del señorito.
No quiero ponerme pesimista porque estos treinta años han dado para que no sea tan fácil engañar al personal. Pero hemos de mantenernos en guardia porque los pescadores del río revuelto ya están haciendo de las suyas. Hay mucha gente honesta a la que le gusta la música y trabaja sin descanso para que no se pierda el hábito y tenemos que colaborar todos. Y mucha gente que entiende que ser músico es una profesión que hay que remunerar. Así que, no juguemos sucio unos contra otros, que aquí nos va mucho, nos va el futuro.
  

miércoles, 13 de febrero de 2013

Mi piano

Cuando aún era estudiante y una alumna particular de doce años me dijo que no podía tocar en mi piano, un Kawai vertical nuevecito, porque el suyo era de cola y no le salía nada, puse los ojos en blanco. Una mocosa no se explicaba que yo pudiera hacer mi último año de carrera en ese sucedáneo de instrumento.
Tuvieron que pasar cuatro años más para que pudiese adquirir el que me ha acompañado hasta hoy: otro Kawai, pero el modelo KG-3D. Es verdad que ya tiene unos años pero el teclado está estupendo y tiene el peso adecuado que yo necesito para estudiar. Después, fuera de mi casa, todos me parecen de mantequilla, y los que son más duros no me suponen ningún problema.
Con respecto a este tema hay tantas opiniones como pianistas. Cada uno creo que debe buscar su piano en función de varios parámetros. Los que considero fundamentales son el sonido y el teclado. Obviamente no incluyo el tamaño porque, aunque he conocido gente con un gran cola en su casa, ocupaba toda la habitación, lo que era un sin sentido. Lo normal es disponer de una habitación propia, un estudio, para la que el media cola es más que suficiente.
Para los que quieren el tamaño más pequeño, el colín, mi consejo es que suban un nivel porque los bordones de este pianito no aguantan una buena obra del Romanticismo. Y, claro, ya puestos en el 2, por un pequeño esfuerzo nos instalamos en el 3. Que quede claro que hablo de pianos de estudio y por eso mismo tienen que acercarse lo más posible al resultado sonoro que queremos conseguir. Es como si para correr en Fórmula 1 entrenásemos en un Renault Clío, por ejemplo. Ya sé que todos (o casi) queremos un Steinway gran cola pero el precio no se lo pueden permitir ni siquiera muchas salas de concierto. Por eso llegaron los japoneses, y ya tampoco son baratos.
Y del sonido podríamos estar discutiendo hasta el fin de los tiempos que cada uno tiene su ideal en la cabeza (hasta que oye otro que le gusta más). Si el piano es nuevo, aconsejo que no sea muy chillón, estridente, porque lo normal es que el tiempo acabe 'abriéndolo'. De fábrica siempre llegan un poco sordos, así que, a veces hay que intuir hacia dónde tirará.
De todas formas, me interesaba, más que hacer un anuncio de pianos, comentar que cuanto mejor sea el piano mejor para nosotros, pero eso no quita que tengamos que estudiar, sobre todo al principio, en pianos de quinta mano. Aquí interviene mucho la imaginación pero sé de lo que hablo. Antes del Kawai vertical tuve una 'pianola' con una sonoridad espectacular. El tamaño era casi el doble que los actuales verticales y el teclado aguantaba bastante bien el tipo. No lo conservo pero con los años que tenía dio mucho mejor resultado que cualquiera de los actuales con tres o cuatro años de uso intensivo. Lo importante es trabajar a conciencia sabiendo qué resultado buscamos. En la clase del conservatorio ya iremos viendo cuánto nos acercamos y de paso nos acostumbramos a cambiar de piano, que eso sí es para toda la vida. Y el día que damos un concierto en un instrumento de calidad, de esos que cada vez se ven menos, todo lo que logramos en casa a base de esfuerzo sale como espontáneamente, como sin querer. Insisto, ha sido a base de trabajo, no pensemos que porque el piano es bueno nuestro sonido lo va a ser. Esto se ve muy claro en los instrumentos de cuerda: si el Stradivarius lo toca un inútil va a sonar a inútil, no a gloria.
Ya sé que nos quejamos constantemente de los pianos que tenemos en casa pero en cuanto se empieza a dar tumbos, con mucha frecuencia tenemos que 'sufrir' los cascajos que abundan por demasiadas salas, Steinways grandes incluidos. 

domingo, 10 de febrero de 2013

Cultura

Si os sobra un ratito, por favor, releed la entrada que escribí en mayo del año pasado, Adelante. No es que esté vigente, sino que parece estancada para siempre.
Anoche fui al teatro a ver una obra interpretada por Antonio Dechent y, aparte de salir asombrado, pude sacar algunas conclusiones. La primera, dada la temática (Queipo, el sueño de un general), es que todavía estamos sufriendo restos de un pasado no tan lejano que no ha sido ni mínimamente limpiado y ¡ay de aquel que se atreva! Lo paradójico es que comienza citando al propio Queipo de Llano quien en sus memorias decía que la Historia hay que contarla para que no se olvide.
La segunda me vino tras asistir a dicha función en una sala, La Fundición, con capacidad para unas 140 personas (por cierto, en marzo reponen Peter Pan ya no vive aquí, con mi querido y admirado Alejandro Rojas-Marcos, pedazo de pianista, metido a actor). Entre el 'apenas visible' ministro de Cultura y el 'a ver cuándo nos deja en paz' ministro de Hacienda han sentado unas bases para que el acceso a los espectáculos sea cada vez más difícil, entre otras cosas, porque los condenan a desaparecer.
Pero, aquí mi alegría, estos 'pintas' no lo van a conseguir porque los artistas, por muy mala fama que tengan, son (somos) gente seria, trabajadora y honesta. Impresionaba ver cómo Dechent y tres actores más se dejaban el alma haciendo su trabajo. Lo de 'vagos y maleantes' se debería aplicar en la dirección contraria a la que ha venido siendo usado hasta ahora. ¡Cuánta dignidad! Durante hora y media lograron clavar al público en sus asientos y que ni una tos perturbara el ambiente creado. Un texto muy difícil de memorizar era expuesto como si nada y eso sólo se logra con estudio.
El esfuerzo conjunto de los organizadores y de los artistas es el que está sosteniendo el tejido cultural. Enlazando con nuestro pasado reciente, veo claramente que un pueblo sin cultura es más fácilmente manejable que un pueblo ilustrado. Si no nos damos cuenta de cómo nos engañan, además estaremos agradecidos.
El papel de la cultura es decisivo. Ya sé que se sube al carro más gente de la que debiera, pero no importa, mejor que sobre. No es momento de juzgar lo que es adecuado, lo que tiene calidad, lo que es verdadero Arte, pues el tiempo siempre se ha encargado de poner en su sitio a todo el mundo, sin excepciones. Es verdad que el presente y el diario de muchos artistas se hace cuesta arriba pero esta profesión lleva una parte importante de vocación y es ésa la que mantiene a flote la ilusión y las ganas de seguir adelante. Al menos así lo veo yo.
Por eso me emocionó ver la fuerza de una interpretación en directo y la respuesta del público que llenaba la sala. La gente nos necesita. Puede sonar a iluso, me da igual. Cada vez que termino un concierto, y es así desde que comencé a darlos, muchos de los comentarios son de agradecimiento por el buen rato pasado y por lograr despejar la cabeza de los problemas. Es entretenimiento y mucho más. La Cultura nos ayuda a vivir, nos muestra lo que otros que nos precedían han creado, sus pensamientos, sus soluciones, sus limitaciones... Estamos inmersos en un todo artístico continuo que nos hace mantener la cabeza alta, la vista despejada y los sentidos alertas. Ser culto requiere esfuerzo y no siempre es gratificante, por todo lo que contemplamos conscientemente, pero es condición inherente al ser humano, al Homo Sapiens.
Hagamos lo posible para que no nos devuelvan al Pleistoceno Medio y nos conviertan en Neandertales.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Concentración

La única manera que conozco de tocar aceptablemente es concentrado. Naturalmente, ante el público o estudiando en casa, que hacer el ganso es mucho más fácil.
Si toco solo, necesito centrarme en lo que voy a tocar. Me meto en la obra, respiro hondo, imagino el tempo y la sonoridad que busco, y al ataque. Por muchas horas que lleve como respaldo es como si fuese una primera vez. Eso sí, en cuanto las manos se posan sobre las teclas vuelve la confianza y sé que todo va a salir bien. Aprendí muy desde el principio que un roce de notas no tiene por qué dar al traste con una obra. Si oís cualquier grabación en directo de cualquier pianista, es prácticamente imposible la perfección, así que, vamos a relajarnos por ese lado. Es muy corriente que nos obsesionemos con un pasaje especialmente peliagudo y nuestra atención se fije exclusivamente en ese punto desde el principio y hasta el final. El día que decidimos que una obra al completo es mucho más importante que uno o dos compases todo va mejor. Y hasta nos saldrán limpiamente sin dificultad, que para eso los hemos machacado obsesivamente.
Son demasiados los elementos que pueden hacernos perder la concentración: los ruidos del público y los que se cuelan de fuera de la sala, un piano en condiciones pésimas, una calefacción excesiva o un frío glacial, la memoria o el temor a que nos falle, las sombras sobre el teclado de unos focos mal colocados, el chirriar continuo de una banqueta desencolada, un pedal que se atasca o de un recorrido anormal, un sonido excesivamente metálico de las cuerdas, una sequedad sonora absoluta, unos pájaros revoloteando por el techo, una lámpara que se cae... ¿Sigo?
Son elementos externos que, si logramos una buena concentración, no afectarán para nada el discurrir del concierto. Si, por el contrario, estamos atentos a la mínima oscilación del aire, será imposible que no acabemos perdiendo el control. Así que, ya puede caerse el teatro, que nosotros a lo nuestro.
Si no estoy solo en el escenario, he comprobado que no puedo ni aislarme a mi conveniencia ni entregarme a la otra parte olvidando que estoy tocando. Necesito, más que aumentar, ampliar la concentración. Por un lado he de estar al servicio del otro solista, del grupo de cámara o de la orquesta, pero imprescindiblemente he de guardar casi el 50 por ciento a lo que tengo entre manos. Si no equilibro el grado de atención puede que en un momento disminuya el resultado (de sobresaliente a notable alto, que no hay que exagerar).
¿Cómo se logra esto? Pues no tengo una respuesta mágica pero sí sé que practicando mucho el desdoble mental y, sobre todo, siendo generoso hacia la otra parte. No podemos tocar en conjunto pensando sólo en nosotros mismos: obvio. Así que, poco a poco, iremos desarrollando unas capacidades para manejar varios pensamientos a la vez (esa cualidad tan poco elaborada por el género masculino). El oído estará atento a varios mensajes, los reflejos estarán prestos al más mínimo gesto y la cabeza estará preparada para capear los inconveniente que los hados nos tengan dispuestos.
Tanto en un caso como en el otro, no podemos olvidar que al final sólo tiene que salir música de nuestras manos. No podemos dar una imagen ansiosa o de temor y nuestros gestos han de reflejar la tranquilidad interior que sólo lograremos si, de verdad, estamos absolutamente concentrados.

domingo, 3 de febrero de 2013

Yo decido

Al próximo que me diga que hay que reinventarse o que hay que marcharse al extranjero (Alemania, China o América del Sur preferiblemente) no sé si voy a poder contenerme. ¿De qué estamos hablando? Ya he dejado muy claro a lo largo de este centenar de entradas que nadie debe tener poder sobre nuestra vida por una razón muy sencilla: es nuestra.
Pero no hay manera de relajarse, nunca se puede bajar la guardia. Continuamente surgen iluminados con la solución a todos los problemas en forma de varita mágica (que, dado el cabreo que tengo, os podéis imaginar lo que les deseo que hagan con la susodicha varita). Si en su día decidí dedicar mi vida al piano, quién tiene la poca vergüenza de venir a decirme en mi cara que como hay crisis lo mejor es dedicarse a otra cosa, reciclarse o lo que sea. A ver si nos enteramos: ésta no es la primera crisis económica que soportamos y la cultura es la que se resiente enseguida ya que no es una necesidad sino 'un lujo'. Pero siempre hay salida y hay mucha gente deseando oír buena música que no dejará que la cosa decaiga.
Acabamos de enterarnos con todas las letras (y números) de que quienes velan por nuestro futuro piensan primero en el suyo y a manos llenas. No sé si en algún momento se les va a caer la cara de vergüenza porque para eso primero hay que tenerla (la vergüenza, que la cara sí la tienen y muy dura). Estos prendas son los que han ido vaciando las arcas del octavo país más rico del mundo, los que han encarecido la vida hasta límites en muchos casos insoportables y los que nos piden sacrificios.
Todos tenemos que enterarnos de lo que está ocurriendo y no ser pasivos. En esto nos va mucho pues está en juego nuestra vida y no es una frase hecha. Insisto en que nuestra vida lo es en tanto que elegimos cómo queremos rellenarla, a qué queremos dedicarla. Porque lo digan unos seres amorales e indignos de nosotros no tenemos que abandonar nuestros sueños y volver a una época sin derechos ni libertades. Nos quieren robar todo y no hablo de dinero.
Ayer toqué otro concierto con mi hija. A sus veintisiete años, que ha vivido viendo a sus padres dedicarse a lo que querían, tiene claro que quiere tocar el violonchelo. Si va a dar clases o no está en el aire, pero no está de brazos cruzados. Ya en 2008 decidió fundar y dirigir una orquesta de cuerda integrada sólo por mujeres, Almaclara. Aunque no es fácil, sigue trabajando para ella sin descanso. Además toca sola esas joyas para el violonchelo que escribió J.S. Bach, las Suites. Y, para no aburrirse, toca conmigo. Pues bien, en el concierto de anoche el público disfrutó de lo lindo, nosotros nos divertimos y nada de lo que ocurría fuera de la sala parecía estar ocurriendo.
Oigo a mi hija y a sus amigos decir que van a ser una generación sin futuro, que se lo están robando. Es la generación mejor preparada, la que menos miedo tiene pues ha crecido en libertad y la que más ganas tiene de comerse el mundo. No podemos dejar, que nos afecta a todos, que los dictadores de siempre, disfrazados de demócratas, nos condenen a vivir sin alegría, sin ilusión, sin derechos, sin sanidad, sin educación, sin justicia, sin techo... Parece que cada ministro se encargara de hacer justo lo contrario de lo que debiera: el de Educación y Cultura encarecerla para que desaparezca, el de Hacienda proteger a los chorizos, el de Justicia dejarla sólo para los ricos, la de Empleo para devaluarlo más, la de Sanidad...
Que se vayan a su casa y disfruten de lo amasado (a la cárcel por lo visto no será) y nos dejen vivir nuestras vidas como nosotros queramos. Y no sólo ya por mi quinta sino por la generación de mi hija, nuestros hijos, el verdadero futuro. Que se reinventen ellos.
Sin miedo: nosotros decidimos..., yo decido.