miércoles, 25 de julio de 2012

El sueño de una noche de verano

Hace unos días me contó mi hija que había tenido un sueño extraño, algo así como una pesadilla: tenía que tocar en público con su violonchelo y, en vez de cuatro, sólo tenía dos cuerdas; lo recordaba como algo angustioso.
No pude menos que sonreír al recordar sueños similares que he tenido en el pasado y de los que, seguro, no estoy libre. Me colocaban en situaciones ineludibles y difíciles de resolver. Por ejemplo, tenía que interpretar una obra a primera vista 'sin partitura'; o sonaba el teléfono para que fuera a sustituir inmediatamente a un pianista en un concierto para piano y orquesta que no había estudiado; o llegaba el día de mi recital sin haber puesto una mano sobre el teclado y no sólo no recordaba el programa sino que, encima, los dedos eran como holoturias; o comenzaba mi interpretación y las teclas se iban cayendo y quedando hundidas; o las cuerdas eran como las de un tendedero sin ropa... En resumen, tenía que enfrentarme a unos retos para los que no estaba preparado.
¿Y cuándo me sucede esto? Habitualmente cuando decido tomarme un respiro, unas vacaciones. Cuando me alejo del piano el tiempo necesario para desconectar. Curiosamente, mi hija me contó que había tenido su sueño tras volver de un viaje a Italia.
Sólo encuentro una explicación y es que tenemos tan metida la obligación de estudiar continuamente que salta un automático interior que nos recuerda que no estamos actuando como es debido. Pensé que eran neuras mías, pero igual es algo más habitual de lo que pienso.
Lo peor es que te despiertas sobresaltado con una sensación de realismo absoluto. Y no estás solo, sino que te observan tus antiguos compañeros o tu profesor, juzgándote severamente. Se disparan los resortes de ansiedad y, en medio de la noche, con un silencio absoluto, aún semiinconsciente, tu cabeza intenta discernir si se trata de realidad o ficción, si cuando te despiertes tienes que cumplir con ese compromiso o podrás seguir tumbado a la bartola como en verdad te mereces.
El día que decidimos dedicarnos a la música no medimos de qué manera ésta va a invadir cualquier otra actividad e incluso cualquier inactividad. ¿Por qué tiene que ser tan absorbente? ¿Por qué exige de nosotros hasta el descanso? Cuando nos preguntan cuántas horas estudiamos deberíamos responder que veinticuatro al día, ya que constantemente tenemos en la cabeza melodías, pasajes, digitaciones, ritmos, obras nuevas y obras antiguas. Y en principio no debería estar mal si no llegara a torturarnos por no poder desconectar. ¿Dónde está el interruptor? Es que, hasta viendo una película la mente vuelve a su rutina pues siempre hay un par de notas de la banda sonora que nos llevarán a otra idea similar y de ahí a tamborilear con los dedos la obra que encaja con el diseño rítmico o melódico.
Las primeras veces que me ocurrió desayuné rápidamente y me senté ante el piano a mover los dedos, que afortunadamente no eran de plastilina, ni mucho menos. Con el tiempo logré reírme dentro del mismo sueño y hasta regodearme dominando la situación.
Es posible que nunca logremos apagar del todo nuestro cerebro pero, al menos, tenemos que intentar dejarlo en suspensión. Es necesario parar y descansar, y si nos asaltan las pesadillas, ni caso.

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