domingo, 15 de julio de 2012

Hablando de la crisis

Si lleváis cierto tiempo dedicados a la música, a los conciertos, no estaréis asustados por la que tenemos encima. A ver, tampoco es para saltar de alegría, locos de contento. Si somos pianistas somos inteligentes, y es el momento de usar la inteligencia para razonar, discernir y decidir.
Lo primero y fundamental es recordar lo que somos: pianistas. ¿Alguien está pensando en abandonar? ¿Quién nos lo va a decir? Nosotros somos dueños absolutos de nuestra vida y la dedicamos a lo que hemos elegido tras muchos años de soberano esfuerzo. Que la economía no es lo único que ocurre en el mundo, que hay cosas peores que no vemos, o no queremos ver, y, aun con el estómago revuelto y llenos de impotencia por no poder solucionar tantas injusticias y desigualdades, tenemos que seguir dedicados a nuestra profesión, pero igual que un taxista, un albañil, un frutero, un funcionario, un médico o un profesor. Siempre queda la sensación de que podemos abandonar este 'hobby' para dedicarnos a un trabajo de verdad.
Lo segundo es reaccionar. Me temo que, por más que nos están vendiendo la moto, la única manera de hacerlo es a nuestro nivel, es decir, en nuestro círculo más cercano. Se nos llena la boca con discursos gloriosos, llamadas a las barricadas, soluciones drásticas y propuestas descabelladas que se van a quedar en ilusión colectiva efímera. Entendedme bien, soy el primero en explotar cada vez que oigo la cadena de propósitos y despropósitos diarios a la que nos están obligando. Pero eso es un desfogue, una liberación de tensión. En el día a día sólo podemos trabajar para que no nos desmonten nuestra vida por un bien intangible. Por tanto, una buena reacción es no claudicar a sus pretensiones.
A continuación, no olvidar que tenemos en nuestras manos el poder de aislarnos. Cuando el tiempo va a pasar tan lento gracias a tantas medidas (por nuestro bien) y nos va a sobrar porque no vamos a poder hacer prácticamente nada, nosotros tenemos que seguir recurriendo al piano. En las ocasiones que he estado de bajón, o furioso, o nervioso (o contento), los primeros minutos ante el teclado han sido difíciles, pero en cuanto la cabeza se ha ido metiendo en la obra, en cuanto la música ha ido haciendo efecto, he podido, al menos por unas horas, capear el temporal. Y, a la primera ocasión, a transmitir nuestro arte, a compartirlo para que todos se puedan beneficiar del efecto positivo de la música. Una de las mejores cosas que tiene un concierto es provocar en el público un estado de bienestar, hacerle olvidar la lucha cotidiana, las miserias humanas.
La vida nunca es fácil y si no es esto será lo otro. Nuestra lucha será más productiva a pequeña escala, más constructiva. Muchos pequeños islotes donde refugiarnos y encontrar algo de paz pueden llegar a convertirse en la tierra firme que tanto anhelamos.
A diario demostramos que, dedicándonos al piano, somos fuertes, así que no cedamos, como no lo hemos hecho en ocasiones anteriores. No es el fin del mundo. Es una situación que no hemos provocado y de la que no somos responsables. Hagamos un fuerte pequeño, seguro, y poco a poco, unamos nuestras murallas a las del vecino, el amigo, el familiar, el desconocido, para que, entonces sí, la suma de todos los pequeños bastiones dé como resultado que ningún sistema haya podido con nosotros, con nuestras ilusiones, con nuestra vida.

Recordad algo muy importante: ¡sólo se vive una vez!

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