domingo, 8 de julio de 2012

Vacaciones (2ª parte)

Acabo de releer la primera parte de las Vacaciones y los recuerdos siguen muy vivos en mi cabeza, y eso que han pasado treinta y cinco años. Es verdad que no hay nada mejor que reírse de uno mismo para sobrellevar determinadas situaciones.
Como en verano es imposible no venirse abajo después de una buena comida, y en mi casa siempre se ha comido muy bien, las tardes se acortaban por la inevitable siesta o estado comatoso. La actividad consciente se recuperaba poco a poco tras insertar entre pecho y espalda un espectacular bocadillo, que estaba uno en la edad de crecer.
Y, por fin, la pandilla al completo, las auténticas vacaciones. Sólo un breve intervalo para la cena (mientras hacía la digestión de la media barra de pan con chorizo) y a pasarlo bien. ¡Qué buena edad! Nos reíamos por todo y de todo, tanto que acabábamos con dolor de riñones y de mandíbula, sin exagerar. Y algo que siempre odié: hasta casi las once no se podía decir que fuera de noche ya que el sol se ponía tardísimo con lo del cambio horario. Y la playa con el cielo estrellado tiene magia... Pero eso no lo voy a contar aquí, que estamos hablando de música, ¿o no? (eso sí, la etiqueta de panoli la dejaba para el día siguiente).
Bueno, lo que intento explicar con este brevísimo resumen biográfico es que podemos plantearnos los tres meses (me sigue pareciendo excesivo para cuando necesitamos un guía) con cabeza. Es probable que la mayoría de los estudiantes adapten estas fechas al orden familiar sin posibilidad de opinar. Y habrá otros que desaparezcan mochila a la espalda hasta casi el otoño. Sigo convencido del término medio que es el que debemos organizar para sacarle el máximo provecho en todos los sentidos.
El último día de clase salíamos todos los compañeros con el nuevo programa bajo el brazo, consistente en varias obras casi desconocidas, y muchos Estudios variados. Como el final de curso suele ser agobiante, es lícito permitirse unos días de absoluta vagancia, aunque la emoción de un nuevo repertorio puede llevarnos a una lectura impaciente. Aquí hago un pequeño inciso: considero fundamental negociar el repertorio con el profesor; muchas veces se guían por manías o aburrimiento hacia lo trillado, pero a nosotros nos gusta lo que nos gusta y vamos a echarle más ganas si lo que hay que estudiar nos ilusiona (¿para cuándo los Preludios de Chopin, aquí por Rafael Orozco a los 22 años?).
Pues bien, insisto en que tenemos tres meses por delante que debemos controlar. Hoy sé que los dedos no se olvidan de cómo hay que tocar, pase el tiempo que pase, simplemente es un entrenamiento muscular. Es decir, podemos permitirnos un buen paréntesis dedicado a la otra vida, pero igual que un estudiante de Medicina o de Mecánica, que siempre nos creemos distintos y para nada. Un viajito, una casa rural, la playa, un trabajo esporádico, lectura a destajo, música variada, catalogar los discos (¡!), los amigos, el cine, los helados, la cervecería, deporte... También ahora sé que el tiempo de ocio hay que organizarlo para que cumpla su función.
Y un buen día, sin que tengamos que ir como los mártires hacia los leones, oiremos la llamada. Ese día nos apetecerá volver a tocar. Tenemos obras nuevas sobre el piano, incluso las del curso pasado, que han reposado y ahora suenan como debían. Y comenzarán a pasar las horas sin darnos cuenta y recuperaremos la velocidad de crucero en apenas dos días y nos gustará ser pianistas, sentirnos únicos (¿me vais a decir que en la pandilla hay tres pianistas más?), y notaremos que del verano pasado a éste hemos crecido musicalmente, que estamos más cerca de nuestro ideal, que podemos con todo lo que nos echen y que... ¡qué tarde es! A bajar la tapa y a la calle, que hemos quedado, que una cosa es estudiar en verano y otra que se nos pase sin darnos cuenta, que eso sólo le ocurre a los panolis.

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