domingo, 8 de septiembre de 2013

Fresquito

Ha bastado un ligero descenso de la temperatura para desencadenar una nueva vitalidad en el estudio. Quien no vive por esta zona, el sur de España, no sabe lo que es un cuerpo desmadejado y un cerebro derretido. Se dice pronto, pero mantener la actividad intelectual a una media superior a los 36º centígrados supone un esfuerzo titánico. Por no hablar del sudor que provoca la humedad del viento del Sur que deja las manos como manoplas de ducha.
Por eso, este pequeño respiro con olor a despedida (que no lo va a ser porque aquí hasta primeros de noviembre vamos en camiseta) me ha traído sin quererlo una actividad paralela a la obligatoria. Estudiar lo que está previsto a veces es difícil, que uno no es una máquina y se cansa y se aburre. Ya sabéis, la repetición insistente para alcanzar la casi perfección, o para mantener el nivel, o para replantear algunos aspectos o ¡para ya, que me estoy agobiando!
No voy a descubrir nada nuevo. Finalmente, es como todos los trabajos. Hay que hacerlos y ya está.
Y aquí entra en juego la famosa curiosidad que provoca la desgana, aunque parezca una contradicción. Del piano no nos podemos levantar porque unas semanas de holgazanería bien merecidas han dejado a nuestros dedos con barriga cervecera. Así que, toca un poco de gimnasio, sin exagerar que tampoco han pasado siete años. ¿No os pasa que tenéis ganas de tocar cualquier cosa menos lo que la agenda obliga? ¿Y quién ha dicho que esto es malo?
A no ser que tengamos una verdadera emergencia y los cuernos del toro a dos milímetros de nuestra epidermis, vamos sobrados de tiempo y, después, en un par de mañanas y/o tardes, lo que parecía que iba para largo resulta que era pan comido. Para algo somos profesionales y, por supuesto, unos máquinas.
Primer vistazo a la estantería, por encima, y nada. Un gusanillo latente, ése que no hay manera de desparasitar, comienza a susurrar un nombre, en el lenguaje que las entrañas saben descifrar. Y cual autómata, cual sonámbulo, los pasos se dirigen certeros y el brazo se levanta para entresacar la partitura oída sin que sonara siquiera. Con este fresquito han vuelto imágenes, sensaciones, recuerdos. Los últimos Preludios del opus 32 de Rachmaninoff llevaban demasiado tiempo durmiendo. ¿Por qué no probar a desentumecer no sólo los músculos, sino también la imaginación y la emoción?
Todavía recuerdo cómo durante muchos años se calificaba a Rachmaninoff directamente, sin anestesia, como un hortera o algo parecido. Ese comentario sé que provenía de los que jamás iban a poder enfrentarse a ninguna de sus partituras, pero eran muchos. Sólo hay que sentarse un rato con sus partituras delante para descubrir una música llena de fuerza, de sentimientos, de rigor, de reminiscencias, de pasión o de recogimiento. En cierta manera, sin comparar, le sucedía como a Liszt, también denostado durante largo tiempo por superficial (¿de verdad estos comentarios lo hacían músicos?).
Venga, al abordaje, aunque sea para pasar el rato, la tarde de domingo o la mañana del martes. Da igual. El caso es abrir cualquiera (los del opus 23 también cuentan, claro). Hay para todos los gustos y para todas las manos.
Y el tiempo dejará de serlo...
Esto sí que es piano. 

2 comentarios:

  1. Justo hoy me he sentado ante el piano tras una semana frenética de estudio de farmacología para un examen, pretendiendo no dejar a mis dedos entumecerse más... Y he terminado tocando el último preludio de Chopin a todo volumen (lo confieso, intentando imitar la mágica potencia de las últimas falanges de los dedos de Pogorelich en su interpretación en el concurso Chopin... Con un éxito muy relativo), ignorando la preparación del programa que comenzaré este curso. Lo cierto es que, aunque parezca una tarde echada a perder (por eso que dices de no ahondar en esa pieza del programa buscando la perfección y etc) el sabor al final del día es de satisfacción, de estímulo. Está bien, estaba chapurreando, pero he disfrutado sintiendo bajo mi (des) control ese preludio tempestuoso y beligerante, lleno de hermosa furia.
    Y por si fuera poco, me recuerdas los op. 32... Mañana creo que va a caer el 12. Qué obra tan sublime.

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    1. Esto es lo bueno que tiene el piano y lo que jamás deberíamos perder de vista: disfrutar. Si sólo nos quedamos con la parte dura y árida se hace más cuesta arriba.
      No hay nada como esa sensación al final del día, ¿verdad?

      Muchas gracias por tu comentario. Mi más cordial saludo.
      Alberto.

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