domingo, 29 de septiembre de 2013

La borrasca

Hay días en los que te levantas con los nubarrones dentro de la cabeza y decides no hacer gran cosa porque seguro que nada va a salir como quieres. Y también porque es fin de semana y te lo puedes permitir.
Lo importante es no pensar demasiado. Es mejor dejarse llevar y picotear aquí y allá. Decides hacer algo productivo y antes de comenzar ya estás cansado o aburrido. Apatía que se llama la cosa. Sé que, en este estado, no hay que tomar decisiones y mucho menos mirar al futuro. Hay que pasar el día como se pueda, airearse, charlar (importantísimo para que no nos auto estalle la pelota), ver un poco la tele, pasar páginas en el libro de turno o en el ordenador, abrir la nevera, comprar un paquete de chucherías...
También podemos revisar nuestra colección de discos, que a veces ni recordamos lo que tenemos. Hasta podemos quitar la funda de plástico de unos cuantos y oír qué tal suenan. Es probable que nada nos guste, que lo que en su día nos emocionó suene hueco, que nos preguntemos el porqué de... ¡Eh! Acabo de decir que no hay que pensar. ¡Prohibido! Esto hay que pasarlo como se pasan los catarros o los empachos (qué antiguo me ha sonado esto de empacho), se aguanta uno y listo.
Seguro que a más de uno le puede la responsabilidad y le da por sentarse al piano. Loable decisión, pero ya he advertido nada más empezar que nada va a salir al derecho. No es que nos hayamos transformado o metamorfoseado durante el sueño nocturno, qué va. Es más sencillo: el nublado exterior, la borrasca que, por mucho que Mónica López se empeñe en alertarnos durante su clase en TVE (que parece que estamos haciendo bachiller nocturno y hay que tomar apuntes y todo), no acaba de romper aunque estemos en alerta naranja. Luego (conjunción: por consiguiente) mejor dejamos los retos para otro día y pensamos en algo rico para la merienda junto a una buena taza de té (yo ya tengo una tarta de queso, nueva receta que Beatriz preparó ayer en diez minutos y que supera todo lo imaginable).
Eso sí, quedarse en la banqueta para echar un buen rato leyendo partituras nuevas, tocando música de películas, haciendo payasadas o jugando a ser uno de los grandes (es el momento de sacar el Tercero de Rachmaninoff o el Segundo de Brahms, igual da; o la Sonata de Liszt o la Tercera de Chopin). A lo mejor, con la tontería, esas obras que nos creemos vetadas comienzan a clarear y plantamos la semilla del deseo, que nunca se sabe si va a caer en terreno abonado.
En fin, para no cansaros ni cansarme, que el nublado es para todos: no exageremos ni dramaticemos. El sol saldrá de nuevo y, como dijo el gran filósofo Manolo Royo, ¡no pasa nada!

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