miércoles, 11 de septiembre de 2013

Obediencia

En la enseñanza del piano existe una condición casi obligatoria, la obediencia. Desde muy al principio, desde muy pequeños, nos acostumbramos (y nos van acostumbrando) a decir 'sí, bwana' sin rechistar. El piano es un mueble raro al que, para hacer hablar o cantar, es necesario encontrarle las cosquillas. Por eso aparecen extraños en nuestras vidas que, antes de saludar siquiera, ya nos están diciendo lo mucho que vamos a tener que estudiar.
Los inicios pueden ser alegres o tensos, dependiendo de las ganas de las dos partes, casi por igual. La diferencia es que una de dichas partes es nueva en todo y la otra viene de vuelta. Es el momento de definir si va ser como un juego, como una actividad más o como algo especial, lo que no debería implicar un cambio de actitud.
En esencia es como aprender a leer y escribir, que a base de repetir y de insistir se convierte en natural. No creo que nadie tenga un trauma por ninguna de estas dos enseñanzas, ni por la lectura ni por la escritura. Es lo bueno que tiene la inocencia de los primeros años de edad. Entonces, ¿por qué no puede ser igual con el piano? Si se empieza pronto, antes de que la cabeza esté preparada para dilucidar asuntos mayores, ni nos enteraremos. Un buen día, como si nada, una escala saldrá igualadita y a velocidad. O dejaremos de mirar el teclado a cada cambio de dedo, incluido el paso del pulgar. O las manos podrán saltar de octava sin miedo a que nos trague la tierra. O sabremos encajar tresillos con dosillos sin parpadear. O, lo que siempre es más importante, el sonido que vaya saliendo de nuestros yemas comenzará a tomar cuerpo y a sonar a gloria bendita (al menos para las abuelas).
Ocurren, sin embargo, con demasiada frecuencia, dos circunstancias que pueden alterar el curso de tan feliz y amada trayectoria: el cambio sin previo aviso y porque sí de nuestro idolatrado profesor, por el que habríamos sido capaces de dar gustosos el bollycao de la merienda, o la mutación de la relación docente, ya sea por aburrimiento de cualquiera de las partes, por la llegada del 'pavo' a nuestras vidas o porque cualquiera de las manidas excusas universales comienza a engordar la lista de deserciones. ¡Muy bonito!
Es una enseñanza con sus particularidades, quién puede negarlo, pero la ausencia de diálogo y el método de imposición continua, bases comunes al nunca bien valorado dogma pedagógico 'esto es así porque lo digo yo', es posible, y digo sólo posible, que colaboren a que el pupilo comience a soñar en una huida drástica, recurriendo por regla general al más grande teatro que ni Calderón ni Lope llegaron a imaginar.
En tiempos de overbooking en las aulas y descontento generalizado, igual deberíamos dedicar unos segundos a plantearnos el presente inicio de curso. No sé si una huelga a la japonesa sería bien recibida, pero no podemos olvidar que, pese a las circunstancias actuales, tenemos entre manos a muchas personitas que no tienen la culpa de nada, ni siquiera de haberse matriculado en un conservatorio, y que, al menos durante unos años, van a ser obedientes, responsables y estudiosas.
Después será otro cantar.


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