miércoles, 18 de septiembre de 2013

Desayuno, almuerzo, merienda y cena

Ni siquiera se pueden garantizar las cuatro comidas. Como mucho tres y sólo allí donde un gobierno autonómico, una asociación de padres y madres, una ONG o cualquiera con el mínimo de vergüenza que se le supone al ser humano, está dispuesto a no dejar a ningún niño o adolescente sin alimentar adecuadamente.
Ya no tengo calificativos. Sólo siento un inmenso desprecio. Y mucha impotencia. Esto no es demagogia, ni ataque político, ni nada parecido. Esto es una realidad que arrastramos y crece cada día que pasa. Sólo me entran ganas de llorar ante este panorama. Y lo que más me duele es el mutismo de la mayoría de hogares en los que no es posible cubrir estas necesidades: orgullo, dignidad, vergüenza... ¿Qué más da? ¿A quién le importa? Que cada palo aguante su vela.
Bromeaba en mis dos pasadas entradas con el famoso bollycao ofrecido como dádiva al profesor. Pues ya ni eso. Cada vez son más numerosos los testimonios de profesores que observan las debilidades de sus alumnos. Pero, ¿dónde vivimos? ¿En qué manos estamos?
¿Por qué escribo esto aquí? ¿Qué tiene que ver con la música? Supongo que, como una idea lleva a otra, al final cada tema acaba influyendo en el terreno propio. Tengo comprobado que el gremio musical no es precisamente solidario (un momento, no os sintáis ofendidos todavía, dejad que me extienda). Sí lo es en cuanto que no paran de requerir los servicios de los músicos para actuaciones benéficas y muy pocos son los que se niegan. De hecho, más bien hay abuso. Hasta aquí, chapeau. Pero mi comentario va más en el sentido de la individualidad.
Son demasiados los años en que los pianistas nos pasamos el día con la cabeza metida en el teclado, sin levantarla para nada ni para nadie. Estamos a lo nuestro. Estamos totalmente absorbidos por una actividad que requiere nuestra total atención. Y es fantástico y loable. Nos entregamos de corazón a la música y pocas cosas hay más elevadas. Pero suele suceder que nos convertimos en avestruces, de tanto bajar la cabeza. No podemos escuchar a nadie, no podemos interesarnos en nada, no podemos participar de nada porque tenemos que estudiar. ¿Tampoco ahora?
Hay problemas y realidades que no podemos ignorar. Es probable que en un conservatorio se note menos esta carencia básica..., o no. ¿Qué pensamos, que sólo los pobres de siempre lo están pasando mal? Sólo hay que mirar por encima las estadísticas de los comedores sociales y ver quiénes están incrementando el número.
La frase manida es 'a grandes males, grandes remedios'. Yo soy más del granito de arena. Que cada uno ponga lo que pueda de su parte, que mire a quien tiene al lado, o a su cargo, que no haga la vista gorda, que no diga que no es su problema. La solución pasa por todos y cada uno de nosotros, no por los que algún día ojalá sean juzgados como criminales y condenados.
A esta sociedad sólo podemos salvarla desde abajo, nosotros mismos. Para los que se les llena la boca con la palabra España (acompañada de langostinos, jamón de bellota y botellas de mil euros, que son catetos hasta para eso), ya lo he dicho: todo mi desprecio y un recuerdo a la revolución francesa de 1789 (Liberté, Égalité, Fraternité y...).

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